Para vivir en comunidad nuestros antepasados establecieron normas muy sencillas, la primera de ellas: “no hacer daño”[1]. La idea original fue muy clara y perentoria, evitar que sus actuaciones se convirtieran en agresión irreversible contra el entorno natural, pues, ya lo advertían, acabarían con su propia existencia. A eso se refiere el Sumak Kausay[2] (concepto del Buen Vivir en lengua quechua) cuando establece el profundo respeto por la naturaleza como base de la existencia social e individual.
Muchos otros pueblos, en otras latitudes, transitaron por esa misma línea de comportamiento y formularon, cada uno a manera, mandatos similares ajustados a su realidad y a su circunstancia.
Tal vez la más antigua de esas expresiones es ahimsa, la noviolencia, profesada y seguida con esmero por comunidades que habitaron las riberas de los rios Ganges e Indo. Hicieron de esas tradiciones naturalistas y matriarcales, respetuosas de la otredad, parte de su cotidiano vivir hasta que fueron agredidas por invasores que impusieron a través de la violencia las peores expresiones del patriarcalismo, la represión y el miedo a lo profano.
Posteriormente, en sus inicios, la civilización judeo cristiana consignó como el primero de los 10 mandamientos el muy claro “no matarás”. Precepto destinado a señalar, a quienes hicieron (y hacen) de la guerra contra los pueblos y la expoliación de la Naturaleza, que en la esencia de sus tradiciones no se encuentra el exterminio de l@s otr@s.[3]
Asimismo otras culturas, por esas mismas épocas, construyeron sistemas de pensamiento similares que aún se mantienen en la entraña de esas culturas a pesar de los embates del oscurantismo religioso. Baste señalar, por ejemplo, el muy condensado “buenos pensamientos, buenas palabras, buenas acciones” del zoroastrismo que creció en la cuna misma de la civilización persa.
Los pueblos ancestrales siempre encontraron la forma de recordarle a tod@s los miembros de la comunidad que era un deber cuidar su habitat. Todas las tradiciones ancestrales con vocación ecologista hicieron de este precepto la base fundamental de la existencia.
Miles de años tratando de afianzar una idea muy precisa: matar, hacer daño a los otros, depredar, son la encarnación de la codicia. Aquella degradación comportamental que quiere apropiarse de bienes naturales no necesarios para la supervivencia. Al promover la búsqueda insana de riquezas y bienes, la especie humana desbordó los límites convenientes para su existencia. Hoy por hoy esa convocatoria a no hacer daño entró en fase decisiva. Sucesos tan agobiantes como la pandemia, serán poco frente a lo que puede arrojar como resultado la alteración climática que vivimos.
La muestra es que los expertos registran que “Este 22 de agosto (del 2020) es el ‘Día de la sobrecapacidad de la Tierra’, una fecha que nos indica que la humanidad se ha agotado los recursos naturales que el planeta nos podía aportar en este año, los cuales en un mundo ideal hubieran durado hasta el 31 de diciembre de 2020.”[4]
Los mayores responsables de semejante debacle han sido y son quienes, sin ninguna frontera, desconocen este llamado. No es solo un precepto moral o religioso, es biológico y ético. Su solución requiere actuaciones tanto sociales como individuales.
Los movimientos y acciones colectivas en el mundo se incrementan y son cada vez más evidentes los resultado de la lucha de los movimientos que, desde diferentes ángulos y niveles de compromiso, actúan para detener la loca carrera hacia el abismo. Pero es apreciable que no se logra vencer el afán de enriquecimiento ilimito, falta avanzar más en ese rumbo, desde la propia acción de toda@s y cada un@.
La pandemia que vivimos obligó a repensar cada acción. Desde lavarnos las manos pasando por hacer recorridos sin utilizar combustibles diferentes a nuestras propias energías, hasta replatear a fondo la forma en que nos nutrimos, se convirtieron en retos constantes para relacionarnos bien con la naturaleza. Este periodo de repliegue de interacciones humanas disminuyó la huella ecológica, tendencia que debe mantenerse pues los grandes depredadores del planeta solo se detendrán si cada ciudadan@ se hace consciente de evitar al máximo el consumo de productos y servicios superfluos y desechables.
Se requiere dar ese paso: no hacer daño a partir de asumir cada dia más una actitud crítica y efectiva frente a nuestro propio consumo cotidiano, para frenar la desbordada codicia de los depredadores y para preservar la salud del planeta y la vida de todas las especies que lo habitamos.
No hacer daño es, en la actualidad, un mandamiento para la supervivencia de la humanidad, no sólo un llamado a actuar responsablemente como se debió hacer desde hace miles de años cuando los ancestrales ya nos lo exigían.
[1] Las otras dos: “no hacerse daño, no dejar hacer daño “ las comentaremos en suguientes entradas a este blog.
[2] En este blog haremos un acercamiento a este catálogo de preceptos que guiaron el comportamiento de los pueblos ancestrales de nuestra América https://www.ecoportal.net/paises/america-latina/sumak-kawsay-el-buen-vivir-y-sus-13-principios/
[3] Vale recordar que al poco tiempo la Iglesia, expresión institucionalizada de esas creencias, convirtió “las cruzadas” en manifestación brutal del fanatismo religioso.
[4] https://www.naturalizaeducacion.org/2020/05/27/dia-sobrecapacidad-tierra/