Como una revelación ya conocida, el tránsito por la pandemia nos recordó lo endeble de la existencia. Se sabía que el tren de vida era insostenible. Sin embargo los poderosos de la economía de mercado se empeñaron en mantener sus metas, trayéndonos al punto en el que nos encontramos.
Es un momento en el que hasta los mínimos desplazamientos humanos son fuente de alta preocupación. Estas limitaciones resultaron beneficiosas para algunas especies porque les permitieron recuperar espacios vitales perdidos, pero para la especie humana se convirtió en una nueva fuente de restricciones a la movilidad, a la sociabilidad y a las formas en las que se manifiestan, en calles y plazas, sus consensos y sus disensos.
La invitación de pensadores de diversas corrientes a evitar caer en la trampa de perpetuar este estado de cosas es de tener en cuenta. Se requiere estar alerta para enfrentar la perniciosa tendencia de encerrar para siempre a la gente. No se trata de congraciarse con los mercaderes que solo piensan en la reapertura de sus negocios sin tener en cuenta la salud de la comunidad pero tampoco se trata de imponer el toque de queda perpetuo.
La Cultura del Buen Vivir entiende que en el colectivo está la esencia de la superación individual. Sumar fuerzas con l@s otr@s, encontrar en la egrégora la fuerza de la cultura sana y creativa, es la esencia de las transformaciones sociales profundas. Pero, al mismo tiempo, comprende que cada individuo es responsable de su salud mental y física en la medida de sus capacidades y posibilidades y que ese será parte de su aporte, a los cambios socioeconómicos que la mayor parte de la sociedad aspira conquistar.
En ese marco, cuidar de sí mismo es parte fundamental de una muy amplia batalla para evitar que el consumismo, en cualquiera de sus presentaciones, se convierta en la fuente de la enfermedad y a través de ello restarle apoyo a la comercialización de la salud. Hemos aprendido en esta pandemia a entender que no basta con protestar en las redes contra las formas de consumo irracional. Es necesario pasar a la acción, en primer lugar con nuestros propios cuerpos, en nuestra propia familia. La primera forma de resistencia es ser consciente de que las condiciones para mantener una buena salud depende esencialmente de la propia convicción.
Nos basamos en el precepto “No hacer daño, no hacerse daño, no dejar hacer daño”, que profesaron nuestros ancestros, el camino a seguir.
“No hacer daño”, en el marco de la sociedad actual, se refiere a evitar al máximo el consumo irracional de bienes y servicios considerados no esenciales. “No hacerse daño” invita a adoptar un estilo de vida que privilegie los hábitos sanos, mantenga el cuerpo desintoxicado y propugne por el consumo responsable de alimentos. “No dejar hacer daño”, llama a la comunidad a impulsar actividades que eviten el deterioro de nuestro entorno social y ambiental, a partir de la no-violencia y del ejemplo en la vida cotidiana
A la luz de los acontecimientos podemos decir que cada uno de nosotros debe ser capaz de hacer de su cuerpo físico, emocional, energético y mental fuente de transformación, de ruptura con las formas de dominación que impone el mercado también en el plano de la salud. Tod@s y cada un@ tenemos la responsabilidad de avanzar en esa ruta. No debemos dejar que sólo los planificadores sociales, generalmente al servicio de las causas comerciales y monopólicas, sean quienes dictaminen como y cuando podamos acceder a un buen estado de salud social e individual.